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miércoles, 1 de febrero de 2017

Pensar el trauma y la catástrofe

En estos días aciagos, vemos como felizmente todo el país despliega su solidaridad. Contingentes de agentes públicos, privados se agolpan para ayudar y contribuir. Como menciona un amigo, esto, pese a la tragedia, se convierte en una "gran fiesta" al estilo Teletón, y, tengamos las aprehensiones que tengamos, es la forma y la lógica chilena para responder a una necesidad inminente, en donde como condición debe haber un vacío. Carencia de medios, de respuestas, etc.

Para singularizar un poco, en Chile se responde a la catástrofe y a la necesidad social derivada de ésta, de manera rápida, mediática, con gran, pero gran conmoción y despliegue afectivo. Se muestran las casas destruidas, los paisajes desolados, las personas narrando sus pérdidas, la gente se conmueve, sale y ayuda. Los medios en este sentido debiesen tomar conciencia de su enorme responsabilidad en la construcción de dinámicas sociales. Sin embargo, ésto es sumamente fugaz. Digamos que dura lo que dura el trauma, entendido, como primera instancia, en la colisión inicial con una realidad que desborda la capacidad humana para procesarlo. Implica, inicialmente, un desgarro, una ruptura, un impacto ahí en la noción de la continuidad de nuestra vida, anclada en la cotidianidad, en la sucesión de rutinas y elementos que se vuelven seguros psíquicos porque se tornan predecibles. El trauma, por supuesto, puede encontrarse en las víctimas, pero también en todas las personas y colectividades que se ven tocadas por ese desgarro. Cuando uno ve que Chile se quema, también experimenta una versión, mucho más suave, de esa ruptura.

Sin embargo, esto se vuelve sumamente fugaz. No dudo que haya gente profundamente conectada con ésto, pero lo que se palpa es que se agota cuando se va disolviendo esa primera impresión. Los medios se retiran, así como la conciencia colectiva del desastre. Sobreviene una suerte de "olvido", el país se "reanuda" después de la pausa traumática, la clase política se relaja. Es natural que así suceda, constituye un mecanismo psíquico de defensa, ese olvido de la crisis inicial, que permite prepararse para la reparación. El contingente de psicólogos expertos en crisis se van para sus trabajos, luego de dar un par de palmadas en el hombro a las personas, la televisión vuelve a transmitir noticias relevantes como los mejores puestos de empanadas, mientras las personas quedan contemplando las consecuencias de la destrucción, a solas. Ese momento de soledad también es inevitable, porque es un momento de la toma de conciencia que puede tener, o no, consecuencias angustiantes importantes (en mi opinión, el psicólogo debiera ofrecerse en este punto, y digo ofrecerse porque la intervención en psicología no es un imperativo).

Chile pareciera tener algo así como una tendencia a ese olvido pesado, que suprime, que te permite, claro, seguir adelante, reconstruir, dejar de lamentarte, pero también puede provocar la caída de la historia, la existencia de un sujeto inminente, unidimensional, sin pasado y por lo tanto, con un futuro sin sustancia (líquido, como diría Bauman). La sugerencia a "seguir adelante" y dejar de "mirar al pasado para ver al futuro", encierra ciertos peligros. Es una mirada que desconoce lo inconsciente, entendido como un punto, un espacio de origen de ciertos fenómenos de los cuales no tenemos absoluta conciencia, y si es que la hubiese, resulta ser rápidamente maquillada o disfrazada para no revelarse por completo. Lo que se conoce como "sindrome de estrés postraumático" encierra todas las características de los fenómenos de la angustia y muestra la existencia de lo inconsciente. La conmoción psíquica es tal que sobreviene una cierta pérdida del "equilibrio", cuya conciencia se ve invadida por imágenes, afectos, presencias terroríficas que provocan inmensa angustia, y que evocan, más o menos directamente, el momento traumático. Hay algo que vuelve, se catapulta a la conciencia, cuyo contenido el sujeto es incapaz de controlar. La concentración de la atención en el momento que vamos a llamar inicial de impacto puede servir, sin embargo, todos estos síntomas se dan posteriormente. La sensación de que existe algo fragmentado, la imposibilidad de volver al estado de bienestar psíquico previo, la noción más existencial de la fragilidad del propio cuerpo y de la condición humana, la conciencia de la maldad del otro, la injusticia, etc., todas manifestaciones de la imposibilidad de reanudar algo que se quebró. La insistencia de ciertos tipos de terapia en la rememoración del trauma no es casual, éste se trae a la conciencia con toda la carga emocional (lograr esto es muy difícil, por eso la hipnosis puede ser una herramienta útil, sin embargo, invasiva), para poder desde ahí generar una distancia y una narrativa distinta. La idea que subyace es que si algo se deja sin elaborar, vuelve de maneras patológicas. La elaboración es, entonces, condición fundamental de la reparación. Y condición de la elaboración es el recuerdo.


Saludos
Eva B.