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martes, 24 de enero de 2017

¿Qué es ser una buena madre?

Asunto delicado de tratar. Hay mucha sensibilidad, cultural y psicológica, atravesando este tema. Y por lo tanto, también, mucha culpa por saltarse los pasos de lo políticamente correcto. Pero no hay beneficios para los niños si no se lo pone entre paréntesis: Freud, en la época victoriana, escandalizó a la sociedad, a sus colegas y al mundo intelectual, descubriendo y teorizando acerca de la sexualidad infantil. No habría estudio posible de los niños y su desarrollo si no hubiese sido por él, hoy en día.

La polémica de estos días, una de las tantas, fueron los exabruptos de madres hastiadas que se atrevieron a salir del closet con respecto a los sentimientos ambivalentes y conflictivos de la maternidad. En el mundo europeo, la escritora francesa Corinne Maier se confiesa arrepentida de ser madre. Se vierten, en sus quejas, los remordimientos tan actuales de sacrificar el propio proceso de autorrealización por los hijos que uno acepta traer al mundo. Esa es, por lo menos, una de mis lecturas al respecto (se puede leer el artículo de la BBC aquí: http://www.bbc.com/mundo/noticias-38239579 ). La polémica se hizo viral en no mucho tiempo, pues toca el corazón de muchas madres: reacciones que, sin duda, tienen que ver con un punto identificatorio frente al cual o se rechaza, o se acepta. Así es como se pelearon las madres que aman incondicionalmente, las que son conscientes de sus propios demonios y rechazos, las que se dedican y las que no tanto. Las polémicas son insultantes, muchas de ellas, pero ninguna consigue terminar de saldar una deuda en el imaginario: ¿Qué es ser una buena madre?








(fotografía del trabajo de Susan Copich, otra madre que sale de su closet y crea un proyecto artístico fotográfico. Link aquí.)






Como algo que va a ser mi estilo, me gustaría en principio reflexionar acerca del aspecto histórico en este asunto. La perspectiva histórica es algo que se ha perdido, lamentablemente, como si el hombre de hoy hubiese nacido y muerto aquí mismo, en el siglo 20-21. Yo siento que la buena y mala madre nace como pregunta justamente en el siglo 19-20, aproximadamente. Pues...¿tenía espacio, tiempo o capacidad, la madre del siglo 15, de cuestionarse su rol? La cuestión de la madre sólo ingresa como pregunta cuando esa mujer gana el derecho a ser otra cosa. Personalmente, siento que hay una suerte de culpa histórica femenina con respecto al rol de la maternidad que pese a los feminismos, enojados o no, fanáticos o no, sigue penando a las mujeres. La famosa verborrea teórica y científica sobre el postpartum depression es un intento de venir a resolver lo que, para mí, es el enfrentamiento de la nueva mujer, llamada a salir al espacio público, con este ser vivo que pareciera desgarrar su realidad y su cuerpo. La existencia de este pequeño ser viene a inundar su psiquis de tal forma y de maneras tan totalizantes que se le hace difícil ya seguir su propio camino, sin pensar en el sacrificio personal, precio altísimo a pagar. El subidón hormonal del postpartum viene en el panfleto diagnóstico del consultorio, clínica u hospital de turno, diciéndonos que no es nada más que otro de los ciclos lunares femeninos a los que tanta mofa hacen los hombres. Sin duda eso tranquiliza la conciencia de las madres atormentadas por sentimientos de ambivalencia total frente a este nuevo ser que les viene a cambiar la vida, si son las hormonas, ya pasará. Es cierto que pasa, pero habría que considerar en el caso a caso como esta crisis psíquica del nacimiento de un hijo viene a repercutir en el futuro de esta madre. El argumento químico también sirve para invisibilizar la discusión de lo que callamos las mujeres (en el sentido del inconsciente y no del silencio) sobre lo que venimos arrastrando históricamente. ¿La clínica de estas madres no será, en vez de taparlas en medicamentos, más bien escucharlas en esos tormentos, confesiones angustiantes, oscuras y profundas, y resolver y elaborar los afectos legítimos que experimentan hacia sus hijos? ¿Cómo no va a sentir resentimiento, rabia, incluso ira, una mujer llamada a desarrollarse profesionalmente, a ser deseable en todo momento, a trabajar para poder subsistir, hacia esa nueva vida que se desprende de ella y le pide, ella cree, con todo su ser?

En los medios, prensa, opiniones, feminismos (aquellos mediáticamente vistosos), por lo menos los que he leído yo, la discusión pareciera centrarse en el derecho de la mujer a apropiarse de su propio cuerpo (en el ámbito del aborto, por ejemplo), de los derechos de maternidad para la mujer trabajadora, pero nadie se cuestiona sobre la creencia aplastante, asumida como absoluta, tácita, de que es la madre la que cría. El padre, el hombre, aquel que insemina, está de alguna manera absuelto de esa atadura. Puede ser increpado, sí, pero como proveedor. Luego, está libre de ser el responsable de generar apego emocional con ese hijo, puede ir y venir y demorarse lo que quiera, está libre a lo que su consciencia dictamina. Nadie, realmente, lo condena del todo si se larga del hogar. ¿Acaso no se nota como nos pisa la cola la historia? La culpa, en la mujer madre, se triplica, ahora que puede separarse porque no le acomoda su pareja, le cae todo encima: el trabajo, la crianza, la maternidad. Las mujeres seguimos pensando que porque parimos, nos toca criar. Y ojo que no digo que no haya que hacerlo, que hay que sacar adelante un ejército de ejecutivas con caras de piedra a castrar hombres y ponerles un delantal, sólo digo que el peso de esa creencia puede hacer síntoma en muchas madres, decidan o no criar a sus hijos. La condena social es aplastante si deciden no hacerlo, ¿o no?

Volviendo a la pregunta del título, entonces, ¿Qué es? Donald Winnicott, un connotado psicoanalista del siglo pasado, un hombre visionario y muy sensible, teorizó acerca del rol materno y el desarrollo de los hijos. El creó el concepto de madre suficientemente buena (a mi parecer, muy malinterpretado a posteriori), que no es otra cosa que una madre que sabe, casi instintivamente, como fallarle a su hijo. Por eso es que es buena lo suficiente nomás. No demasiado, la madre excesivamente buena es la que está siempre ahí para su hijo, entendiendo ésto no como una cualidad elogiable de una madre dedicada, sino que llevado a un extremo, es el exceso de una madre muy atrapante, uterina. Icónicamente, a menudo se les grafica como devoradoras, personas que invierten el movimiento natural de progresión y engullen, reintegran y estancan sus retoños en úteros metafóricos.


Para que un sujeto pueda desarrollarse necesita de un espacio que deja una madre que se va retirando, dejando mundo y espacio a su hijo para ir hacia su independencia. Sé que lo que digo puede prestarse a mucha polémica pero las madres más conscientes saben de lo que hablo. Una madre que "falla", que se permite pensar, sentir y hacer cosas que no tienen que ver con sus hijos, abren preguntas, espacios, lugares para que sus hijos miren lo que miran ellas y así dan el primer paso hacia el mundo externo, fuera del seno materno.

La culpa puede muy bien ser un factor que introduzca una dinámica insana dentro del núcleo familiar. La madre culposa porque debe trabajar puede generar formas de compensación que ponen en riesgo el equilibrio de las relaciones, y el desarrollo psíquico de los hijos. Generalmente, como profesionales y en general todos, hacemos énfasis en el apego, como esa idea, ya arcaica y poco reflexionada, de que un niño con problemas es un niño fallado en el apego, entendido como una madre abandonadora o negligente, que no le brinda lo que necesita. A menudo esa es la queja culposa de las madres, la fantasía de no estar proveyéndole a su hijo lo que necesita. A veces muy bien puede ser el caso contrario.

Un abrazo.
Eva B.

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