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miércoles, 27 de diciembre de 2017

¿Qué tiene mi hijo? Cuestionando el diagnóstico institucional



En el contexto chileno se está dando un aumento alarmante en los diagnósticos de los niños en todo nivel. Pasa que llegan a consulta, tanto públicas como privadas, niños que han sido etiquetados con un diagnóstico específico y la demanda, en general, a los psicólogos es corroborar o ayudar a fijar ese diagnóstico.

Para entender este fenómeno, de muchas aristas, hay que situarse en la dimensión institucional. Para entenderlo, siempre ocupo la metáfora del decreto de la zona de catástrofe. ¿Qué sucede cuando un determinado territorio, a raíz de algún desastre o tragedia, es declarado como zona de catástrofe? A nivel gubernamental, significa que para aquel se van a asignar más recursos de lo habitual. Que se van a habilitar una serie de movimientos y gestiones hacia esa zona en particular para reparar el daño o restituir la normalidad lo más rápido posible. Sucede lo mismo con los niños. Se tiene un niño disruptivo, que de alguna manera conmociona o altera el equilibrio de un espacio específico (la sala de clases, por ejemplo), y hay que "declarar zona de catástrofe" para movilizar recursos hacia la normalización de esa situación. En este caso, sería declarar zona de diagnóstico, porque el banderín para que las redes se empiecen a activar, es el diagnóstico. Para cualquier cosa, en salud pública, usted tiene que cargar el diagnóstico.

Ahora bien, esta situación es aceptable cuando se trata de adultos. Los adultos podemos cargar nuestros propios diagnósticos porque tenemos la madurez y las defensas para cuestionarlo, o ponerlo en su lugar cuando se trata de nuestra identidad. Sin embargo, un niño está expuesto a todo lo que ese etiquetamiento le conlleva. Este fenómeno, cuando es grave, puede llevar a casos graves de discriminación.

Pero lo más grave, a mi parecer, es que cuando uno pone el diagnóstico encima de cualquier persona, hace que disminuyan las posibilidades de abrir problemáticas que están a la raíz, en el fondo del síntoma. Cuando en una institución a Ud le ponen la chapa de depresivo, trastorno ansioso, adaptativo, y lo hacen ir al psicólogo a control mensual (proceso que muchas veces se llama "psicoterapia", de manera equivocada) no están escuchándolo. Estan tratándolo con pastillas y controlando sus síntomas. La terapia farmacológica, en caso de la salud mental, es efectiva siempre y cuando se acompañe con un tratamiento psicoterapeutico, eso porque no basta con hacer que duerma bien, o deje de llorar, o tener crisis de pánico. Tiene que cuestionarse por qué llegó a ese punto, a ese padecimiento, revisar el camino de formación de ese síntoma porque si no, lo más probable es que retorne de otras maneras. Un control mensual no basta para eso, y la saturación del sistema público hace imposible llevar a cabo procesos psicoterapeuticos efectivos.

En los niños estas influencias son mucho más negativas. Hay que evaluar muy bien si un niño debe ser medicado, sedado, hay que probar mediante la terapia (los niños son muy abiertos y creativos y tienen menos fijezas y rigidez que los adultos, por lo que un proceso para ellos puede ser mucho más beneficioso) si se puede moderar su sintomatología trabajando con los padres y la familia. Muchos niños con déficit atencional en realidad son niños angustiados, que esconden tras su síntoma algo que hay que revisar y revelar. No toda inquietud y sobrecarga motora en un niño es un trastorno o una enfermedad, muchas veces es sólo una reacción.


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